Érase una vez, hace más o menos 50 años, dos amigos llamados Javier y Federico. Quedaron para ver el gran partido de la copa del mundo. Federico le dijo a Javier que lo esperaría en su casa. Para llegar a la casa de Federico había que atravesar el viejo bosque encantado y Javier de camino a la casa de Federico se quedó atrapado en el viejo bosque.
Federico, muy impaciente, fue en busca de Javier. La búsqueda fue un éxito, pero los dos amigos tropezaron y cayeron por una gran colina. Al andar unos metros encontraron un gran reflejo, resultó que el reflejo era un gran lago. Pero cuando se vieron reflejados en el lago su forma estaba cambiando, sus piernas se estaban convirtiendo en patas de ave, sus narices y sus bocas se convertían en picos de búho y, cuando pasó todo, estaban convertidos en pequeños búhos.
Y tenían un gran problema: había comenzado temporada de caza. Los dos amigos volaron hasta más no poder hacia el templo de los sabios. Al llegar, un sabio dijo:
- Si queréis recuperar vuestros antiguos cuerpos tenéis que ir otra vez al lago, pero solo se salvará uno.
Javier y Federico se quedaron alucinados. Pero Federico dijo:
- Prefiero que te salves tú, amigo. Yo me quedaré con los sabios para buscar un remedio.
Javier partió hacia el lago y lo tocó y rápidamente empezó a notar cómo se convertía en humano. Dos años después, Javier recordó a Federico y fue al lago donde se convirtieron en búhos. Al llegar, Javier vio una figura humana familiar: ¡era Federico!
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